1ª ESTACIÓN
Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomad, comed: esto es mi cuerpo.» Y, cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias y se la dio diciendo: «Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre. » Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos.
Ahora te veo sentado a la mesa. Ahora comienzo a ver que te conviertes para mí en anfitrión, en servidor y en alimento. ¿Por qué, Señor? ¿Por qué quisiste ser alimento para mí? A lo largo de mi vida, fui invitado muchas veces a compartir la mesa. A pesar de las in-comprensiones y críticas, nunca dudé a la hora de sentarme a le mesa con pecadores, con los que sufren, con los que me necesitan. Ahora soy yo el que pone la mesa. Quiero invitarte a entrar en mi intimidad, a que reposes tu cabeza sobre mi corazón, a que te alimentes de mí. Nunca olvides rezar por los Sacerdotes: por medio de ellos he querido quedarme contigo en la Eucaristía todos los días hasta el fin del mundo.
2ª ESTACIÓN
Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.» Y, llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. […] Y, adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.» Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: «¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil.» […]
Me has pedido que te acompañe a un lugar que desconocía. Me he fiado de ti. Hemos llegado juntos hasta el huerto de los Olivos. Y, como otras veces, has empezado a orar. Pero hay algo distinto. Hoy soy capaz de escuchar tu oración: “Que se aleje de mí este cáliz”. ¿Qué cáliz? ¿Qué es lo que va a pasar? ¿Por qué hoy estás rezando así?. Había demasiado ruido en Jerusalén. Y yo necesitaba silencio para poder rezar. Pero no estoy rezando por mí: estoy rezando por ti. Por eso quiero que permanezcas a mi lado. Cuando se acerca el mal, muchos creen que es mejor que-darse dormidos, hacer como si no pasara nada. Pero yo quiero permanecer despierto. Cuando lleguen los momentos de crisis, de pobreza, de oscuridad… nunca lo olvides: yo permanezco despierto, a tu lado, rezando por ti.
3ª ESTACIÓN
Pilato les preguntó: «¿y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?» Contestaron todos: «¡que lo crucifiquen!» Pilato insistió: «pues ¿qué mal ha hecho?» Pero ellos gritaban más fuerte: «¡que lo crucifiquen!» Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
Conozco bien esta escena de condena: ¡son las noticias de todos los días! Pero me quema en el alma una pregunta: ¿por qué es posible condenarte a ti, mi Dios? ¿Por qué hoy quieres hacerte el más débil? ¿Por qué callas? ¿Por qué te quedas en silencio?. Tienes demasiada prisa por saber quién es el que va a ganar. Mi silencio cura tu impaciencia. Mi silencio cura tu deseo de venganza. Mi silencio es la tierra donde muere el orgullo de los poderosos. Mi silencio es la tierra donde brota la verdadera fe, la fe humilde, la fe que vive y se entrega con la confianza de un niño… Hoy me pongo de parte de los vencidos, de los humillados… Sé valiente y ten ánimo: mi silencio hace crecer tu fuerza para ayudar a los pobres de este mundo.
4ª ESTACIÓN
Pedro estaba sentado fuera en el patio, y se le acercó una criada y le dijo: «También tú andabas con Jesús el Galileo.» Él lo negó delante de todos, diciendo: «No sé qué quieres decir.» Y, al salir al portal, lo vio otra y dijo a los que estaban allí: «Éste andaba con Jesús el Nazareno.» Otra vez negó él con juramento: «No conozco a ese hombre.» Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro: «Seguro; tú también eres de ellos, te delata tu acento.» Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar, diciendo: «No conozco a ese hombre.» Y en seguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces.» Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
Conozco a ese Pedro. Había estado contigo desde el principio, desde aquel encuentro junto al lago de Galilea que cambió su vida. Hombre sencillo y apasionado. Entonces, ¿por qué te niega a ti, que eres su Maestro?. Amigo, no culpes a Pedro. Muchos son los que me niegan cada día. Cuando confías más en ti mismo que en mí, cuando confías más en tus fuerzas que en las mías… entonces llega el momento en el que te fallan las fuerzas y te desmoronas. Pedro tiene miedo de quedar mal ante los demás. Aprende a fiarte sólo de mí, porque te necesito para que salgas al mundo a anunciarles mi amor.
5ª ESTACIÓN
Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo: «¡Salve, rey de los judíos!» Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
¡No quiero verlo! ¡No me pidáis que lo mire! Han comenzado los azotes: uno de tras de otro. ¡Que no quiero verlo! ¿Por qué no has huido? ¿Por qué no has gritado contra tanto dolor? ¡Explícamelo! ¿Por qué guardas silencio?. Cada llanto, cada herida, cada golpe, cada odio… yo lo asumo en mi cuerpo. Mi sangre se ha convertido en amor. Vosotros sois mi esperanza, cuando consoláis a quien está triste. Vosotros sois mi confianza, cuando curáis a quien está herido en su corazón. Vosotros sois el futuro de la humanidad, cuando aprendéis a perdonar. Ahora, ten el valor de mirar mi cuerpo herido: ¡No tengas miedo! ¡Di a todos que vengan a ver el amor hecho carne!
6ª ESTACIÓN
Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y le sacan fuera para crucificarle. Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz. Le conducen al lugar del Gólgota, que quiere decir: Calvario.
Ahora empiezo a verlo: se ha desatado el odio de la humanidad. Veo frente a frente el orgullo del hombre frente a la humildad de Dios. Esa cruz pesada que cae sobre tus hombros somos nosotros. Esa cruz es la oveja que va sobre su Buen Pastor. ¿Qué es lo que llevas sobre tus hombros que tanto pesa? ¿Por qué tanto peso sobre un solo hombre?. Yo he entrado en la historia y he encontrado que los hombres son rebeldes a mi presencia. Pero no he querido avasallar. Al contrario: me dejo doblegar por vosotros, por cada uno de vosotros. Quiero curarte tus heridas dejando que hieras mi cuerpo. Quiero sanar tu dolor dejando que reposes sobre mi costado. Preguntas qué es lo que llevo sobre mis hombros: te estoy llevando a ti.
7ª ESTACIÓN
Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Jesús había dicho a sus discípulos: «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga».
¿Quién es este hombre ahora? ¿De dónde ha salido? Simón de Cirene, pobre e insignificante. Eres tú quien ha escrito uno de los capítulos más bellos de la historia: llevas la cruz de otro. Aquel condenado te miró y te cambió la vida: ¿qué fuerza tuvo esa mirada? ¿Cómo puedo yo echar mano a esa cruz?. ¿Quieres realmente convertirte en otro Simón de Cirene para mí? Mírame: te estoy esperando en los cruces de los caminos, te espero en el hospital, en la cárcel, en las familias que se quedan sin hogar. Te espero en las periferias de nuestras ciudades. ¡Te estoy esperando! ¿Serás capaz de reconocerme? ¿Quieres asistirme? ¡No te mueras en tu egoísmo! ¡Sal de ti mismo al encuentro del más necesitado! ¡Sal de ti mismo y atiende a los pobres de este mundo!
8ª ESTACIÓN
Le seguía una gran multitud del pueblo y mu-jeres que se dolían y lamentaban por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: “dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado…”. Porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?»
El llanto de las mujeres de Jerusalén inunda de compasión el camino de la Cruz. Se me desgarra el alma al escuchar su voz entrecortada. Se me rompe el corazón al contemplar sus rostros sufriendo por Jesús que sufre. Señor Jesús, tú te acercas en medio de tu dolor y les das tu consuelo y tu paz. ¿Por qué es necesario verlas así? ¿Por qué no haces algo para que cesen esas lágrimas? Hijo mío, el llanto de esas mujeres es sólo una gota del mar de lágrimas derramadas por las madres de este mundo: madres de crucificados, madres de asesinos, madres de drogadictos, madres de terroristas, madres de dementes… ¡pero siempre madres! Pero llorar nos es suficiente. El llanto debe rebosar en amor que educa, en fortaleza que guía, en presencia que habla. ¡Este llanto ha de acallar todos los llantos!
9ª ESTACIÓN
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido por Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.
Yo creía que Dios no podía caer. Y sin embargo, cae. ¿Por qué? No puede ser un signo de debilidad. ¡Dios es fuerte! Solo puede ser un signo de amor, un mensaje de amor por nosotros. ¿Qué significa verte por los suelos? ¿Qué quieres decirme cuando te veo abatido y por los suelos? ¿Qué es para mí? Mírame. Al caer bajo el peso de la Cruz te quiero recordar lo que pesa el pecado. El pecado abate, destruye, castiga, hace daño… El pecado es el mal del hombre: te quita la paz, te roba la alegría, te captura la libertad. Pero yo te quiero, y quiero tu bien. Escucha hoy mi grito desde el suelo: ¡Huye del pecado! ¡Huye de lo que te hace daño! ¡Huye para poder abrazarte a mi amor.
10ª ESTACIÓN
Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el Rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza: «Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz». Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo: «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos».
Aquellas manos que habían bendecido a todos, ahora están clavadas en la cruz. Aquellos pies que tanto habían caminado, ahora están clavados en la cruz. ¿Por qué, Señor? ¡Por amor! ¿Por qué la pasión? ¡Por amor! ¿Por qué la Cruz? ¡Por amor! ¿Por qué no has bajado de la Cruz respondiendo a nuestras provocaciones? No he bajado de la Cruz para demostrarte que el amor es la única fuerza que puede cambiar el mundo. ¿Por qué ese precio tan alto?. Para decirte que Dios es amor. Amor infinito. Amor omnipotente. ¿Me creerás?
11ª ESTACIÓN
Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, este nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Tantos mirándote y ninguno reconoce quién eres en verdad. Sólo uno. El que está crucificado contigo. El que está sufriendo lo mismo que tú. El que grita entre lágrimas. Y tú le prometes llegar a tu reino, a tu casa. Pero, ¿cuál es el camino para llegar a tu casa? ¿Es necesario pasar por la Cruz para poder llegar a ti? Yo estoy cerca de todos los que sufren. Estoy cerca de todos los que me invocan. En mi Cruz estás tú, está tu vida. Nunca me has apartado de ti. Por el dolor de la Cruz estoy pasando yo, para que ya nadie más pase por él. ¡Invócame cuando me necesites! Jesús, acuérdate de mí cuando tenga la tentación de tirar la toalla. Te prometo que hoy estarás conmigo en el paraíso. Jesús, acuérdate de mí cuando me sienta hundido y dolorido. Te prometo que hoy estarás conmigo en el paraíso. Jesús, acuérdate de mí cuando me encuentre solo y abandonado. Te prometo que hoy estarás conmigo en el paraíso.
12ª ESTACIÓN
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre, y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.
Señor Jesús, en el silencio de esta noche se oye tu voz: Tengo sed. Tengo sed de tu amor. En el silencio de esta noche se oye tu oración: Padre, perdónales. ¡Perdónales! En el silencio de esta noche se oye tu grito: Todo está cumplido. ¿Qué es lo que se ha cumplido? Os he dado todo. Os he dicho todo. Os he traído la noticia más hermosa: Dios es amor. ¡Dios os ama! En el silencio del corazón se siente la caricia de tu último don: Ahí tienes a tu madre, a mi madre. Gracias, Jesús, por haber confiado a María la misión de recordarnos cada día que el sentido de todo es el Amor: el amor de Dios plantado en el mundo como una cruz. ¡Gracias, Jesús!
13ª ESTACIÓN
Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde Jesús gritó: «Elí, Elí, lamá sabaktaní», es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Jesús, dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
No puedo creerlo: Dios ha muerto. Pero, si Dios muere, ¿quién va a darnos la vida? Si hasta Dios puede morir, ¿quién puede vivir?, ¿quién puede llenar los deseos más profundos de mi corazón? ¿Quién puede responder ahora a todas mis preguntas? ¿Quién? ¡Dímelo! ¿¿¿¡¡¡Quién!!!??? María: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra. Eso fue lo que dije cuando todo comenzó en Galilea. Entendí que la vida es amor, que la vida está para darla. ¿Pero quién podrá ahora acompañar mi soledad y enseñarme a amar? María: No llores más. La cruz no es la muerte de Dios: mira su cuerpo herido colgando del madero. Es ahí donde comienza a desbordarse el amor. De la cruz es el manantial de donde brota el ardor misionero de San Pablo, la pobreza feliz de San Francisco, la alegría de San Juan Bosco, la maravillosa Caridad de Madre Teresa de Calcuta, la Valentía de Juan Pablo II… ¡De la cruz nace la revolución del amor! ¡Abrázate a ella y experimentarás el torrente de su amor! Ahora sí puedo decirlo: ¡Bendita sea la Cruz de Cristo!
14ª ESTACIÓN
Mientras Jesús y los discípulos recorrían juntos la Galilea, les dijo Jesús: «Al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres y lo matarán, pero resucitará al tercer día». Ellos se pusieron muy tristes. Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderle. Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Éste acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran
Veo a María abrazar a su Hijo y es como si me abrazara a mí, como si abrazara a cada hijo. Veo a María llorar, y es como si estuviera viendo a todos los que ahora lloran. Veo la serenidad de María y entiendo que la paz solo puede ser un fruto de su fe. ¿De dónde sacas esa firmeza y esa ternura? ¿De dónde nace tu amor incondicional? ¿Cuál es la esperanza que habita en tu corazón? Hijo mío, el Sol no se apaga ni aunque vengan las nubes. La noche oscura es la preparación para el espectáculo de la belleza de la aurora. Puedo cantar de nuevo el Magníficat, como un canto que vence al dolor, como un parto del que nace la vida. Nos parece que al ver a Jesús herido somos nosotros los que tenemos compasión de Dios, y, sin embargo, una vez más, es Él quien tiene compasión de nosotros. El dolor ya no es desesperado, y jamás lo será, porque Dios ha venido a sufrir con nosotros. Y con Dios a nuestro lado, ¿quién puede desesperar?